Por @nicoperez86
Cabe la aclaración al comenzar esta
nota editorial de que no busco ni pretendo demonizar ni hacer apología alguna sobre
el momento futbolístico de uno de los cinco clubes más importantes de la
Argentina, sino todo lo contrario. Busco en mí, en cada vez que leo noticias
sobré él, en cada partido que me toca ver (a veces soportando también la
desesperación e impotencia que genera su juego atomizado), en su técnico y
hasta en su Presidente, dónde puede estar la fórmula mágica que lo haga salir
de donde está, abrir los ojos, despertar de tantos años de letargo. Pero a
catorce partidos de verlo retirarse de una cancha con esa “falta de victoria”
en la mirada perdida de cada uno de sus hombres es que me dí cuenta que la
respuesta está mucho más allá de la pormenorización de sus personajes o
responsables: la respuesta está en cada momento, en cada oportunidad que muere y se consume en su propia frustración. En cada instancia en la que una
defensa (con absoluta falta de criterio) permite el ingreso rival
indiscriminado de cara al gol, en cada toque intrascendente de un mediocampo
sin conductor ni predicador del atrevimiento, en cada juvenil que siente la
atadura de un yunque a sus piernas cuando se calza la camiseta y encara a un
defensor rival, y en cada delantero que desperdicia las mínimas chances que
logran generarse partido tras partido es que está, sin dudas, la razón y la
respuesta a cómo salir de un momento trágico, crítico y hoy aparentemente
irremediable del (en algún momento) “Rey de Copas”.
La lucha encarnizada ante los
grupos de poder, de delincuencia y de horror es sin dudas un estandarte más que
meritorio de esta gestión presidencial. Sin dejar de celebrar semejante acto de
heroísmo es que pido que no sea el único sostén que intente mantener de pie la
grandeza de esta institución que siempre posó en la foto abrazada a la gloria y
dándole la espalda al fracaso. Un proceso al mando de Independiente siempre e
indefectiblemente se medirá, más allá de lo importante de sanear el ambiente de
los que circulan por las instalaciones o los que lucran con el nombre, por los
éxitos deportivos. Éxitos que, en épocas de miseria, se miden hoy simplemente
por dejar atrás un fantasma que sobrevuela a los grandes hace largos años y que
pretende cobrarse una nueva víctima. Perder la categoría no es una opción, pero
el tiempo se hace arena que se escurre con más rapidez domingo a domingo, de la
mano de quienes deberían torcer un destino que se preanuncia. Hay aparente
honestidad dirigencial, hay un técnico con pálmares en su mochila histórica y
hay jugadores que enarbolaron aceptables carreras previas. Pero también hay
miedos, frustraciones, lesiones, falta de actitud, mafias organizadas
al acecho, y la balanza sinceramente parece hoy estar desnivelada en niveles
más que peligrosos.
Poco más de treinta puntos en juego
aún en el presente certamen y una vuelta de 19 partidos por delante son los
números de la fe para este Independiente que no encuentra el rumbo y, mucho
menos, una victoria.
Verlo jugar hace creer que su
suerte está echada, sólo espero estar equivocado.
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